jueves, 12 de abril de 2012
Resonancia de Schumann
El físico alemán W.O. Schumann constató en 1952 que la Tierra está rodeada de un campo electromagnético poderoso que se forma entre el suelo y la parte inferior de la ionosfera situada a unos 100 Km. Por encima de nosotros. Ese posee una resonancia (de ahí el nombre de resonancia “Schumann”) más o menos constante, del orden de 7.83 pulsaciones por segundo. Funciona como si fuera un marcapasos, responsable del equilibrio de la biosfera, condición común de todas las formas de vida. También se ha comprobado que todos los vertebrados y nuestro cerebro están dotados de esa misma frecuencia de 7.83 hertzios. Empíricamente se ha constatado que no podemos ser saludables fuera de esa frecuencia biológica natural. Siempre que los astronautas, en razón de los viajes espaciales, quedaban fuera de la resonancia Schumann, se enfermaban. Pero sometidos a la acción de un “simulador Schumann”, recuperaban el equilibrio y la salud. Por miles de años el palpitar del corazón de la Tierra ha tenido esta frecuencia de pulsaciones y la vida se ha desarrollado en un relativo equilibrio ecológico. Sucede, sin embargo, que a partir de los años 80, y de forma más acentuada a partir de los años 90, la frecuencia se elevó de 7.83 a 11 y a 13 hertzios.
El corazón de la Tierra se disparó y de manera coincidente se hicieron sentir desequilibrios ecológicos: perturbaciones climáticas, mayor actividad de los volcanes, crecimiento de tensiones y conflictos en el mundo y un aumento general de comportamientos desviantes en las personas, entre otros. Debido a la aceleración general, la jornada de 24 horas es en realidad, solamente de 16 horas. Por lo tanto, la percepción de que todo está pasando demasiado rápido no es ilusoria, tendría una base real en este trastorno de la resonancia Schumann. Gaia, ese superorganismo vivo que es nuestra Madre Tierra, debe de estar buscando formas de recuperar su equilibrio natural. Y lo conseguirá , pero no sabemos a que precio, precio que será pagado por la biosfera y por los seres humanos. Aquí se abre un espacio para que ciertos grupos esotéricos y otros futuristas proyecten escenarios, ya dramáticos, con catástrofes terribles, ya esperanzadoras, como la irrupción de la cuarta dimensión mediante la cuál todos seremos más intuitivos, más espirituales y más sintonizados con el biorritmo de la Tierra. No pretendo reforzar este tipo de interpretación. Solamente enfatizo la tesis recurrente entre grandes cosmólogos y biólogos, de que la Tierra es, efectivamente, un superorganismo vivo, de que la Tierra y Humanidad formamos una única entidad, como los astronautas declaran desde sus naves espaciales. Nosotros, los seres humanos, somos la Tierra que siente, piensa, ama y venera. Y por serlo, poseemos la misma naturaleza bioeléctrica y estamos envueltos por las mismas ondas resonantes Schumann. Si queremos que la Tierra reencuentre su equilibrio debemos comenzar por nosotros mismos: hacer todo sin estrés, con más serenidad, con más amor, que es energía esencialmente armonizadora.
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